Mi madre siempre tuvo un sueño que
se convirtió en ambición y su propio reto, criar a un hijo que estudiara en la
mejor universidad y se convirtiera en un hombre de leyes o un respectado doctor
que ayudaría a muchas personas pobres o que descubriera la cura para las
enfermedades más trágicas y dolorosas como la gripa española que azotó el mundo
en 1918 y que infectó un tercio de la población mundial y mató a un 6% de la
misma; también que tuviera un hogar con varios hijos y una amorosa esposa que
me cuidará como ella lo hacía. Estas y muchas más cosas, la casa de verano en
la playa, un automóvil o tal vez dos eran los deseos de ella, pero había uno en
particular que luego vine a entender, este sueño empezó cuando un buen día mi
madre empapeló mi cuarto de niño con fotos de lugares exóticos como Tailandia,
Perú e Islandia y colocó el mapa del mundo tan grande como yo si se puede
decir.
Y es que en realidad mi madre fue
de obsesiones extrañas como cuando decidió coleccionar saleros que según ella
“iban a servir para toda ocasión”, el de pintar cada espacio de la casa con una
tonalidad distinta de verdes o la de bañar el cabello de mis 3 hermanas, mi
hermano y yo con champaña, para que nuestros rizos brillaran como el oro “tal
como lo hacen en Francia”.
Siempre tuve la curiosidad por
averiguar en donde mi madre leía estas cosas tan disparatadas o que amiga loca
le aconsejaba. No podría ser el periódico porque mi padre lo recibía a primera
hora de la mañana y así mismo era el primero, o más bien el único, en ojearlo
ya que se luego de leer la primera hoja lo guardaba en su maletín de cuero café
y hebillas doradas y nunca volvía con el.
Siempre sospeche de su amiga la
señora Holligan que era nuestra vecina de al lado y sus hijos Jake y Harry iban
a la escuela conmigo, bueno Harry iba a un año adelantado mientras Jake compartía
conmigo y para el almuerzo siempre les enviaba huevos cocidos con zanahorias,
eso era algo extraño, pero para las cosas que hacía mi madre se ajustaban
perfectamente a su conducta. Mi padre no decía nunca nada mientras la cena
estuviera servida a las 7 de la noche en punto y el radio sintonizado en su
emisora de opera favorita, la KYW de Chicago, y también por si la guerra
empezaba de nuevo, el pobre hombre quedó paranoico de por vida.
Una vez de camino al supermercado
mi madre le decía a mi hermana menor, Eleonor.
-
“¿Por qué tu no usas sombreros de frutas para la
escuela?; eso dice Diana y recuerda lo que diga ella y lo que leas ahí va a ser
como tus mandamientos, esa mujer va más allá de nuestra época y sabe lo que nos
dice”.
Yo de inmediato pregunté.
-
¿Diana? ¿Quién es Diana?
Mi madre y mi hermana se miraron la
una a la otra, sonrieron y dijeron. – “Son cosas de chicas”
Sus cosas de chicas se
intensificaban cada principio de mes, todo el tiempo.
Un día mi padre me envió a buscar
sus viejas herramientas de jardinería que se encontraban en el altillo, subí
con su linterna roja y cuando iluminé aquel lugar me encontré con pilas y pilas
de revistas viejas. Mi primera impresión fue que mi padre leía en secreto
revistas de mujeres pero me dije “Mr
O’Brian nunca haría eso” Así que las ojee y descubrí el secreto de mi madre y
mis hermanas, la sección ¿Por qué tu no? Me
reí por un rato y luego de un grito de mi padre por sus herramientas y mi
demora, cerré la habitación pero no dije nada porque luego volvería.
Al poco tiempo subí otra vez al
altillo aprovechando que mi madre había salido por los víveres. Miré y leí lo que decían aquellas revistas, me
asombraron sus ilustraciones victorianas, sus fotos hechas por Irving Penn o
Avedon, los reportajes de Munkacsi y más que todo, quede atónito con lo que
decía la columna de la señora Vreeland, por fin las locuras de mi madre tenían
rostro.
Nunca le conté a nadie lo que
estuve haciendo por muchos años, escabulléndome secretamente a aquel lugar y
dedicarme de lleno a leer todas las revistas, desde la primera edición que mi
madre coleccionó hasta las más recientes y debo decir que esas mismas locuras
son las que ahora admiro y repito 20 años después, porque como diría Diana ¿Por
qué tu no haces lo mismo que te hace feliz una y otra vez, mil veces más?