martes, 16 de septiembre de 2014

¿Cuánto vale mi vida?

¿Cuánto vale mi vida?

El mundo es un lugar violento, hostil, ciego, sordo y mudo. Vivimos donde las personas no decidimos el futuro, este lo diseñan los hombres en trajes, que viajan a diario en sus lujosos Rolls Royce desde su amoroso hogar, con un hijo mayor alto, rubio y consumado deportista que busca una beca con ansias en una universidad de prestigio; su esposa, la devota ama de casa que sabe todos los trucos para no dejar ni una sola línea mientras plancha y su hija, la pequeña mujer en entrenamiento que se prepara para ser el reflejo exacto de su madre, la familia ejemplar.

Pasamos una guerra, estamos en otra y quien sabe, y demás que sí, vendrán unas peores y quien nos da la opción de querer participar o escapar de esa matanza y crueldad sin sentido, pero las mujeres seguimos rezagadas y dominadas, siempre obedientes y prestas para complacer y concebir; en lo único que podemos dar nuestra opinión es en la ropa que nos gustaría usar, bueno luego que el macho dominante nos dé su aprobación y pague por lo que nosotras también podríamos hacer; en el momento que salgamos a la calle podremos tener ese pequeño sentimiento de que fuimos parte de una decisión y la elección fue enteramente nuestra, si tenemos suerte.




Esa niña que aprende a poner la mesa debería ser nuestra voz y su madre la encargada de guiar esa misma hacia un mejor horizonte, pero mientras que sigamos cabalgando aquel pavo majestuoso y exótico de plumas blancas con nuestro último atuendo de Poiret o Doucet al que llamamos conformismo, ese sueño de libertad y de voz será imposible de alzar, este yugo que llevamos todas es nuestra cruz pero que a diferencia a la de Jesús esta la escondemos al público para evitar el que dirán y la engalanamos con todas las cosas superfluas y sin sentido que nuestros maridos nos podrán regalar; al fin y al cabo ser tratada como una como una ciudadana de segunda clase es mejor que al de una pensadora, una líder y una visionaria.



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