¿Cuánto
vale mi vida?
El mundo es un
lugar violento, hostil, ciego, sordo y mudo. Vivimos donde las personas no
decidimos el futuro, este lo diseñan los hombres en trajes, que viajan a diario
en sus lujosos Rolls Royce desde su amoroso hogar, con un hijo mayor alto,
rubio y consumado deportista que busca una beca con ansias en una universidad
de prestigio; su esposa, la devota ama de casa que sabe todos los trucos para
no dejar ni una sola línea mientras plancha y su hija, la pequeña mujer en
entrenamiento que se prepara para ser el reflejo exacto de su madre, la familia
ejemplar.
Pasamos una
guerra, estamos en otra y quien sabe, y demás que sí, vendrán unas peores y
quien nos da la opción de querer participar o escapar de esa matanza y crueldad
sin sentido, pero las mujeres seguimos rezagadas y dominadas, siempre
obedientes y prestas para complacer y concebir; en lo único que podemos dar
nuestra opinión es en la ropa que nos gustaría usar, bueno luego que el macho
dominante nos dé su aprobación y pague por lo que nosotras también podríamos hacer;
en el momento que salgamos a la calle podremos tener ese pequeño sentimiento de
que fuimos parte de una decisión y la elección fue enteramente nuestra, si tenemos
suerte.
Esa niña que
aprende a poner la mesa debería ser nuestra voz y su madre la encargada de
guiar esa misma hacia un mejor horizonte, pero mientras que sigamos cabalgando
aquel pavo majestuoso y exótico de plumas blancas con nuestro último atuendo de
Poiret o Doucet al que llamamos conformismo, ese sueño de libertad y de voz será
imposible de alzar, este yugo que llevamos todas es nuestra cruz pero que a
diferencia a la de Jesús esta la escondemos al público para evitar el que dirán
y la engalanamos con todas las cosas superfluas y sin sentido que nuestros
maridos nos podrán regalar; al fin y al cabo ser tratada como una como una ciudadana
de segunda clase es mejor que al de una pensadora, una líder y una visionaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario